30.3.15

Anochecía en sus ojos.

Su rostro a la luz del tráfico se desmentía ingenuo y risueño. El reflejo del ámbar dibujaba las delicadas formas de sus pómulos, y sus labios se confundían con el rojo de los semáforos. El sonido de su voz susurraba entre coche y coche, "quédate", me decía. Y yo, entre coche y coche, me quedaba. Sonreía, mirando la autopista, cogiendo mi mano. Sonreía, mirando el horizonte, sabiendo que no echaría a correr. Su tez pálida se hallaba fría al atardecer, las luces del cielo reflejaban en su piel una ingente cantidad de matices que jamás encontrarías en tu obra de arte predilecta. Ella era la mía. Y estaba seguro de no ser el único que se perdía en su corta melena dorada, de no ser el único que gustaba de acariciar su cintura, de no ser el único maravillado con el sonido de su risa. Algo me decía que tampoco era el único al que no solía mirar, porque ella era así, de mirar siempre más allá, hacia delante y hacia detrás. Pero nunca al aquí y ahora. Sus manos de porcelana me sostenían, pero ella, aunque me pidiera que me quedara, no me miraba. Aunque sintiese cada una de sus palabras, nunca dejaba que sus ojos colisionaran con los míos. Y temía no saber nunca el color que bañaba su mirada. Temía no saber nunca si me estaba precipitando a un acantilado, o si bien estaba adentrándome en un bosque profundo en pleno otoño, si aquel dulce aroma era el chocolate de sus iris o aquella brisa fresca que mecía el césped de una bonita pradera irlandesa. O quizá, sus ojos eran como todo lo demás que hacía de ella una criatura tan fascinante: cambiante, confuso, intrigante, misterioso... Quizá sus ojos se fundían con el atardecer en otoño, con las flores en primavera, con la lluvia en invierno, con el trigo en verano... Quizá sus ojos eran como su piel, o su piel era el reflejo de esos ojos que ella nunca me dejaba ver. Anochecía.

Y creía conocerla. A veces, creía que me iba a dejar mirarla a los ojos, y perderme entre sus pestañas, bailar con sus lágrimas en sus solitarias noches, susurrarle al oído que todo iba bien. Pero nunca era así. Siempre acababa cruzando aquella autopista llena de vehículos imparables, y se perdía en ese horizonte al que sí dejaba mirarla a los ojos. Y, sabiendo que no me iría de su lado, me dejaba a sus espaldas, y huía como los niños cuando juegan al escondite, con su risa sonando en el eco de mi cabeza hasta que, por arte de magia, bajo la lluvia y entre lágrimas, me llamaba a las tres de la madrugada desde una cabina telefónica. Gritaba "encuéntrame", y yo la buscaba. Me gritaba "encuéntrame, por favor", y yo me perdía buscándola. Y en su desesperación, se desgarraba su fría piel, se desgarraba las palabras, se desgarraban todos sus muros, y se rompía en algún callejón a oscuras con el sonido de la tormenta de su cabeza meciendo todos sus pensamientos, acurrucada en los gélidos brazos de la soledad más básica, más pura, más aterradora. Y después susurraba, me decía "gracias por encontrarme". Pero no me miraba. Nunca me miraba. Y en mis brazos, su tez pálida seguía reflejando los matices del último atardecer en el que había sonreído, como un instante congelado, petrificado en su piel de porcelana. Y su rubio cabello goteaba las lágrimas que ella no liberaba, mientras la lluvia encharcaba nuestras almas, mientras ella se hundía en el océano de sus miedos y yo no podía hacer nada para rescatarla.

Pero amanecía, y las luces del nuevo día resucitaban su sonrisa, ocultando su tristeza, y me pedía de nuevo que me quedara, mirando el ir y venir del tráfico de primera hora, abrazándome desde la espalda, sin dejarme ver sus ojos cansados de luchar. Me pedía que me quedara, aunque ella huyera, me pedía que la buscara, aunque en realidad nunca la encontraría. Y con el reflejo del verde de los semáforos en su pajiza cabellera, me sonreía, o sonreía al horizonte, recordando los teléfonos de todos aquellos a los que, en algún momento, había llamado a las tantas para pedir que la rescataran de su nefasto caos, de su desdichada locura. Pero sonreía. Amanecía, y las nubes se disipaban dibujando sobre su piel, y ella, en vez de mirarme, bajaba la mirada. Pero, al menos, sonreía.


Credit: Tumblr

8 comentarios:

  1. Bienvenida.
    Vaya forma tan genial de regresar...
    <3

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  2. Cómo me alegro de poder escribir aquí, de nuevo...

    Menuda entrada. Es de esas que a primera vista quizá no parecen tener más allá de sus letras, pero si prestas atención... Hay un mundo tras cada letra. Lo sabemos quiénes hemos sido ella. Muchas somos ella.
    Y qué pena ser él.
    Pero, joder, mucha más pena da ser ella.

    Y seguiremos mirando, más allá, hacia adelante, hacia atrás, sonriendo.

    Lutz

    P.D. Sin coches ni susurros, te escribo "quédate".

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  3. Qué atmósfera, joder. Porque sonará raro, pero creo que una de las cosas que mejor se te da es crear atmósferas: me he podido imaginar esta entrada como una película. Y qué bonita. Creo que todos tenemos en nuestra vida a alguien con miedo a adentrarse en la mirada de los demás y con una sonrisa deslumbrante. A alguien que quiere que le encuentren. Y si no lo tenemos, posiblemente se trate de nosotros mismos.

    No sé Yaiza, ojalá el tiempo y la inspiración no te vuelvan a impedir que maravillas como ésta salgan de tus dedos.

    Daw

    PD: Me sumo a Lutz.

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  4. Lo primerísimo: bienvenida.
    Lo primero que leí fue la entrada en que explicabas tu ausencia y solo podía asentir con la cabeza y llorar un poquito por dentro. Porque casi hay que empujarte con una bola de destrucción para que dieras el paso.

    Lo segundo es que qué maravilla, Yaiz. No sé por qué tardaste tanto en volver a confiar en tus letras, si son auténticas maravillas.
    Tiene razón Daw, eres mágica creando atmósferas. Yo también lo vi como una película, con las yemas de los dedos de él dibujando círculos en la porcelana de las manos de ella. Y ella, tan frágil y con tanta fuerza por dentro, abrazando los últimos rayos del sol con sus pestañas.

    ¡Qué maravilla!
    Y que hayas vuelto.
    Quédate.

    Te admirará desde todos loa rincones del mundo,
    S.

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  5. Si una persona quiere que la encuentren, la encontrarán, pero si no quiere, por mucho que te lo pida no podrás rescatarla. Porque no hay mejor escondite que encerrarse en uno mismo, en ningún lugar los muros son tan altos como los que construimos de dentro hacia afuera.

    Me ha encantado. Leerte ha sido como ver una escena de una película favorita.

    Me quedo por aquí :)

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  6. Precioso, si nos has hecho esperar para esto, entonces debo decir que la espera ha valido la pena.
    Es increíble como consigues escribir así, y espero de verdad leer más de tus entradas en breves.
    Un besazo

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  7. Realmente la manera que escribes me encanta.

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  8. Tengo que confesar que los textos largos me echan para atrás. Pero madre mía, Yaiza, parecía una película.
    Y qué hay mejor que una pequeña obra de teatro para despejar la mente. Porque eso es lo que ha sido, una pequeña representación de tus palabras en mi mente. Una vez más: es genial, de verdad.
    Me alegro de que vuelvas por estos lares. :)

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