23.6.11

Merece la pena.

El banco y sus siluetas, sentadas en él, una en cada punta. En el horizonte, el sol se pone. El parque en otoño, con las ojas rojizas y precipitándose al suelo, donde serán pisoteadas por decenas de niños correteando mientras entre ellos dos continúa reinando el silencio. Ella mantiene sus manos entre sus rodillas, que las presiona con nerviosismo mientras no puede dejar de morderse el labio. La postura de él es mucho más relajada y natural. Sus piernas, ligeramente abiertas, su espalda algo arqueada y sus manos en los bolsillos de su sudadera. Ella intenta abrir una conversación, él es incapaz de sentirse cómodo, le habla demasiado claro, la ofende. Se hace de nuevo el silencio. Ella cree que fue un error invitarle. Él se arrepiente de haber aceptado. Minutos después, harta del silencio, se levanta.
- ¿A dónde vas?
- Me voy.
- ¿Pero a dónde?
- No sé, pero fue un error venir.
- No, espera. Lo siento -se aventura a decir el muchacho.
Ella aguarda helada por sus palabras. Agarra su bolso con fuerza bajo el brazo mientras el viento juega con su cabello.
- ¿Qué sientes?
- Comportarme así. Acepté venir, y aquí estoy. Charlemos.
Ella le comprende. Se sienta, de nuevo, en el mismo sitio que antes. Todavía lejos el uno del otro, sin nisiquiera mirarse a la cara. Prefieren contemplar el horizonte. En silencio. El silencio basta. Basta porque poco a poco, la distancia que había entre ellos se reduce. Sus manos se deslizan por la vieja madera del banco hasta rozarse. Un escalofrío recorre el cuerpo de ambos, pero tampoco en ese instante se miran. Entrelazan sus dedos de un modo instintivo, como si llevaran toda la vida esperando hacerlo. Y entonces sí. El sol desaparece bajo la fina línea de edificios dibujada al frente y sus miradas se conectan. Sonríen, ambos sonríen. Se acercan, ella posa su cabeza en su hombro y él ya no se arrepiente absolutamente de nada. Todo, siempre, merece la pena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario