15.4.16

La eternidad de un recuerdo (extraído de "Letras sobre lienzo").

La semana a pasada abrió sus puertas "Letras sobre lienzo", la antología que organizamos entre @wguail y yo. A los despistados: nos dejamos llevar por las pinceladas de un artista, concretamente, de una de sus obras. Hoy es el Día Mundial del Arte, ¿qué mejor momento que este? A continuación, un fragmento de mi aportación a Letras sobre lienzo. Para descargar la antología completa y leer muchos textos fantásticos inspirados en el arte, incluida la versión completa de este relato, pincha aquí.

Al otro lado de la habitación podía escuchar las idas y venidas de la ciudad más solitaria que pudiera existir. La ciudad que me había escupido en la cara y me había dejado tendida sobre el suelo de una habitación vacía, esperando a todo y a nada.

Aquella ciudad era una trampa. Mis ojos se volvieron negros con la luz de sus atardeceres, y mis manos ansiaban el contacto de otras pieles que nunca eran lo suficiente cálidas como para saciar aquella enorme sensación de incomunicación. Estaba aislada en el ojo de un huracán en el que los individuos acechaban como cuervos y avanzaban como una implacable caballería que no dudaba en pisotear el minúsculo y aterrorizado mundo que se extendía bajo los cascos de aquellas bestias de cuatro patas. Era tan sólo un granito de sal en una montaña de azúcar.

Mis extremidades se sentían pesadas, y no podía parar de repetirme a mí misma que aquello era, al fin, el desenlace de un sueño inmaduro. Llegaba arrastrando mi cuerpo al final del camino, y sin embargo, aquello no me daba tampoco las fuerzas para levantar la mirada y observar los ojos del horizonte. Estaba segura de que también eran negros, tan vacíos como las calles de la ciudad que prometía ser mi salvación y terminó siendo mi condena.

La desesperación se apoderaba de mi cuerpo. Sentía ganas de explotar. De gritar y romper aquel universo corrupto en mil y un pedacitos y, después, caminar descalza sobre ellos. Quizá porque era yo la que se encontraba totalmente agrietada, a punto de quebrarse por completo... Quizá por eso no quería ser la única que se convirtiera en polvo.

Imaginé cómo la silueta de alguien más se detenía frente a mí, y me tendía una firme mano a la que agarrarme antes de rendirme por completo. Imaginé cómo el mero aroma de un perfume familiar me daba las fuerzas que necesitaba para levantar la mirada y aferrarme a cualquier cosa que me hiciera sentir viva.

Y me di cuenta de que el dolor me hacía sentir viva. Tenía el vello de todo mi cuerpo erizado, y ni los casi cuarenta grados centígrados del asfalto en pleno verano lograron que mi glacial piel mostrara cualquier atisbo de esa vida que se confirmaba con el mismo dolor que me ahogaba.

El silencio bañaba por completo la estancia, y mi respiración enmudecía poco a poco. No me escuchaba ni a mí misma, y la quietud de la habitación se volvió, de repente, devastadora. No sirvió de nada el aislamiento, pues el mundo exterior me perseguía, si hacía falta, hasta en mis recuerdos. Traté de huir de ellos, con las energías que había ahorrado dejando que la luz se deslizara por las paredes de mi cuarto y encontrándome de vez en cuando. Y a pesar de todo ganó la impotencia y frustración de no poder hacer nada contra uno mismo, contra tus propios recuerdos.

Summer interior, 1909, by Edward Hopper.

1 comentario:

  1. Qué bonito, Yaiza.
    Muchas gracias por crear esta maravillosa antología con While.

    Abrazo.

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