Desdibujados y necios.

Seguíamos el asfalto mojado camino de nuestros sueños, con el destino fijo y los ojos cerrados, como dos ciegos sin perros guías, sin bastón, que ya se saben el camino. Seguíamos el asfalto mojado camino de la ciudad de las ilusiones y las posibilidades, camino de nuestras sonrisas, camino de a lo que creíamos que se refería todo el mundo cuando hablaba de "felicidad". Caminábamos decididos, conducíamos sin mirar atrás. Dibujábamos la costa a nuestra izquierda y el sol se ocultaba cada día por nuestra derecha. Tomábamos curvas imposibles y reíamos en cada bache. Seguíamos el asfalto mojado, como quien sigue un rastro de migajas de pan, sin saber muy bien a dónde nos dirigíamos, ni siquiera de dónde veníamos.

La verdad es que apenas sabíamos quiénes éramos, qué queríamos, qué esperábamos. No sabíamos nada y creíamos saberlo todo. Quizá por eso el asfalto estaba mojado. Empapado de las lágrimas de nuestros llantos ahogados en palabras vacías. Empapado de promesas infundadas. Empapado de sonrisas tristes y miradas desventuradas. Y nosotros creyéndonos exploradores del mundo, almas valientes dispuestas a todo cuando sólo éramos cobardes huyendo de absolutamente nada.

Pero seguimos el asfalto camino de lo que pensábamos que eran nuestros sueños, seguimos la carretera sin pensarlo dos veces con un destino fijo sin reparar siquiera en cuál era. Seguimos el camino, a la espera de que este se acabara, ahí donde se fundiera con el mar, donde una ola bañara nuestros corazones autoengañados, donde la ola de realidad, de verdad, pudiera devolverlos la cordura que nunca tuvimos. Seguimos adelante, sin saber por qué, sin saber hacia dónde, sin saber cómo, ni saber el qué. Sólo eramos dos versiones desdibujadas y necias creyendo saberlo todo camino de una ola que nos borrara por completo.