8.8.12

El viaje de los cobardes.

El sol se quedaba kilómetros a sus espaldas, perdiéndose en un horizonte de asfalto serpenteante entre ciudades y ciudades que dejaban atrás sin pararse a pensar. Dentro del vehículo la temperatura era elevada y se sentían ambos abrumados por la necesidad de un poco de aire fresco. Ella decidió bajar su ventanilla y acercar su rostro a ésta para calmar su caótica maraña de pensamientos en la que su cabeza se estaba convirtiendo gracias a la sensación de mareo.

Él la vigiló por el rabillo del ojo. No le dijo nada sólo porque él también iba a disfrutar de ese aire fresco que se colaba por una rendija no muy ancha y danzaba dentro del coche sin escapatoria alguna. El aire hizo que todos los colgantes del retrovisor se movieran todavía más produciendo un ligero ruido que llamó la atención del conductor. Desvió entonces la mirada desde su chica hasta todas aquellas cosas inútiles que había ido coleccionando a lo largo de los años, y sin quitar las manos del volante las observó con detenimiento.

Por alguna extraña razón, sintió un arrebato de ira que casi le hace arrancarlos y lanzarlos por la ventana. Pero había reconocido la ira subir por todas sus arterias hasta su cabeza y ya había aprendido a cómo controlar aquella frustración. Allí dentro seguía haciendo calor, y por eso decidió abrir también su ventanilla. El pelo de su chica comenzó a alborotarse a su libre albedrío, pero ella no se atrevió siquiera a intentar peinarse, mucho menos a quejarse. Tan sólo le miró por el rabillo del ojo, tal y como él había hecho antes. Tan sólo evitaban el contacto directo visual.

Ella volvió la mirada al paisaje de su derecha, y él a la carretera. Adelantaron a otro vehículo a gran velocidad y ella comenzaba a sospechar que seguirían así eternamente, sin llegar jamás a su destino, sin saber nunca cómo terminaría todo aquello, sin mirarse a los ojos. Cobardes. Cobardes para decirse que ya están cansados el uno del otro, cobardes para perderse, cobardes también para quererse de nuevo.

Se dislumbraba en el horizonte, por encima de sus miradas, un largo camino. Era como un túnel del que jamás encontrarían la salida. Al menos, no hasta que se armaran con la valentía para cambiar las cosas. Quererse u olvidarse. Y entre esas dos opciones se debatían mientras el cuentakilómetros seguía contando distancias vacías de sentimientos.




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Espera... ¿No hay anotaciones? :O


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MODIFICACIÓN: No, demasiado bonito para ser verdad. Ya lo siento, ¿eh? El caso es que escribo esto después de dos días de haber publicado porque veo que el sentido de la entrada no se va a entender. Si os paráis a pensar en ello, hablo de una huída. Los cobardes huyen... Es un viaje... Dejan atrás el sol (lo bueno) y se dirigen a un túnel sin salida (huir nunca es la solución). Espero que esto os ayude a comprenderlo mejor.

6 comentarios:

  1. Mmmm, me gusta. En el fondo todos somos cobardes... A lo mejor, después de todo descubren que se siguen queriendo y si no... Bueno, no pasa nada, siempre quedará el recuerdo del último viaje.

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  2. me gusto este texto, por alguna extraña razon, me identifico!! :s

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  3. Creo que entendía bien de que iba, y la verdad es que me ha llenado cada palabra, sobretodo lo del cuentakilómetros contando distancias vacías de sentimientos ;) Sigue asi!
    (K)

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  4. Los cobardes huyen, sí, pero a ninguna parte...

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  5. "Quererse u olvidarse", ambas decisiones difíciles y una elección inevitable pero dolorosa, me gustó el texto :)
    Me alegra pasarme a leer un poco por estos rumbos :)
    Besos!

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  6. Yo lo había pillado, pero gracias por la aclaración :p
    Me gusta mucho la entrada, muy realista y me ha encantado, en serio :3
    Un beso, te espero, pasate♥

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