16.3.14

"Siempre me estás llamando".

"La soledad es un concepto curioso."

Una voz aterciopelada y femenina interrumpió sus pensamientos.

"Dime, ¿qué ha pasado esta vez?", continuó a sus espaldas.

Con lentitud, se volvió para mirarla, y sólo entonces ella abandonó ese semblante rígido e impenetrable, y se acercó a la barra para acompañarle. Él permaneció mirando a su vacío unos segundos, con la mirada perdida en la nada que a veces se llenaba de todo. Y sin decir una palabra, sin responder a la pregunta, volvió a su actitud inicial, con los párpados caídos e hinchados de las lágrimas que día a día se resistían a abandonarle. Un vaso de whiskey era lo único que había gozado de su contacto desde hacía largos días, mientras a su izquierda, un cigarrillo negro se consumía poco a poco para unos, pero tremenda y fugazmente para él.

Mientras lanzaba como pedradas sus pensamientos al océano cobrizo de su vaso, con la esperanza de que fueran ahogados de una vez por todas, ella se deshacía de su abrigo y se encendía un nuevo cigarrillo, uno rubio recién sacado de una sofisticada pitillera que guardaba en su bolso; y tras una larga e intensa calada que recogió los excedentes de su carmín en una bonita impresión sobre el filtro, el cigarrillo pasó a acompañar al que, solitariamente, se iba consumiendo, yaciendo abandonado en ese repleto cenicero.

"No he venido para que me ignores", dijo con tono sereno, mirándole pacientemente a través del peso de la máscara que sus pestañas soportaban.

Pero él no reaccionó, sólo levantó su copa y la consumió hasta el fondo de un único trago. Suspiró mientras volvía a dejar el vaso sobre la barra en un golpe seco, y en un intento de despertar de aquella pesadilla frotó su cabeza y alborotó -aún más- su cabello con la frustración de no saber salir de aquel bucle en el que se había zambullido sin saber muy bien cómo. Ella esperaba con perseverancia y temple calmado que él aceptara su presencia intercalando caladas con los sorbos de un gin-tonic recién servido.

"Yo no te he llamado", respondió al fin, mas aún se negaba a entablar contacto visual alguno con la dama que le acompañaba, y para que fuese manifiesta dicha intención, tan sólo alzó el vaso y llamó la atención del camarero que no tardó en acudir servicial a llenarle el vaso.
"¿Quiere más hielo?", preguntó el mozo mientras el whiskey alcanzaba el nivel idóneo para noches como aquella.

Él sacudió la cabeza con agresividad de un lado a otro, ansioso por deshacerse de la poco deseada compañía del joven.

"Quizá no hayas marcado mi número, pero sí me has llamado. Siempre me estás llamando", le dijo con cierto pesar y compasión.

Sin embargo, lo único que volvió a obtener fue un largo y doloroso silencio como respuesta. Era la señal de que ya había perdido suficiente tiempo en aquello, así que sin pensarlo dos veces se levantó, dio un último trago a su copa y apagó su cigarrillo junto a todas esas colillas abandonadas.

"Se te van a acabar las oportunidades", le dijo casi desde la puerta.

Pero ya no esperó respuesta alguna, y se marchó con el bolso colgando de un brazo y su abrigo doblado en el otro. Él la miró desaparecer a través de aquella puerta acristalada una última vez, con una expresión llena de confusión y soledad, pero sobre todo de asco y odio. Y miró también el cenicero, con sus ojos hinchados de sueños rotos. Miró el cenicero, lleno de todas sus oportunidades consumidas por el tiempo, abandonadas entre las cenizas, entre los resquicios de lo que alguna vez pudo llegar a ser él. Y miró también ese atisbo de esperanza, ese rayo de luz manchado del mismo carmín que tantas veces había rechazado. Ese salvavidas del que acababa de alejarse, el salvavidas al que había esquivado, y el salvavidas que, sin saberlo, también él había abandonado consumiéndose, mal herido flotando en un océano de whiskey barato con un pequeño pinchazo por el que poco a poco se le escapa la vida.

Era un cenicero lleno de oportunidades agotadas, y la pregunta era cuántas le quedaban. Así que miró su paquete de tabaco, y estaba vacío. Y comprendió que ese asco y ese odio con el que la miraba no eran por ella, sino por él mismo. Así que siguió bebiendo, intentando vanamente ahogarse a él mismo en el océano de las oportunidades carbonizadas.

"Caballero, ¿tiene usted fuego?"


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