Tarde para ser Peter Pan.

Recordando, pasea de mano de la nostaliga por los arenosos caminos del  otoñal parque en el que tantas horas ha pasado. A veces junto a ella, y a veces simplemente con sus amigos. Con una mano en el bolsillo y la otra saboreando el sabor del que no será su último cigarrillo como le prometió en su día a ella, observa todos los rincones de aquel mágico lugar en el que las hojas han empezado a tornar rojizas. Entre un lienzo de colores cálidos, hojas caídas de los árboles que dentro de poco estarán desnudos, unos niños se divierten. Escucha sus risas desde la distancia sin poder evitar sonreír. Sonríe porque un día fue él el que se tiró sobre esa enorme montaña de hojas secas. Un día fue él el que las apiló todas, y un día fue él el que se enterró bajo todas ellas. Se sienta en un banco no muy lejos de donde esos cinco niños ríen y gritan disfrutando de la infancia. Desde allí, puede observarlos con claridad. Su cigarrillo ha expirado, y apoyando los codos en sus rodillas, observa a través de ese oportuno roto una claramente visible cicatriz. Se da cuenta de que le encantaría volver a ser un niño para poder preocuparse solamente de ser el que más hojas secas reunía. Para no tener que preocuparse de contentarla a ella, o de que ella no juegue con su corazón. Pero ya es demasiado tarde. Al menos, ahora sabe que las heridas de las rodillas duelen mucho menos que las del corazón. Lástima que sea ya tarde para desear ser Peter Pan, aunque el precio de algo así fuera pelarse las rodillas día tras día mientras persigue con sus pequeñitas piernas a sus amigos de toda su corta vida.

(Inspirado en un par de imágenes de Desmotivaciones.es)